Entrevista a Gillespi
El multifacético Marcelo Rodríguez habla de sus virtudes, del jazz al blog.
Con su particular carisma, Marcelo Rodríguez, Gillespi, repasa anécdotas de los 80 con la autoridad del hombre que estuvo allí, compartiendo trompeta con Luca en los camarines de Cemento ("Rodrigo Espina lo tenía filmado y me pasó como outtake, porque quedó fuera de Luca, que está alucinante"), pululando por los antros jazzeros y experimentales ("Tocaba en Jazz & Pop, zapaba con Quique Quinesi en La Alfombra Mágica e hice la música de obras de Omar Viola, el fundador del Parakultural"), y recuerda su primera trompeta, que le compró a un pastor evangélico: "No se puede tocar más, está destruida. La soldó con estaño el Titi, que era el plomo de Sumo, como si fuera un cable. Se cayó de escenarios... ¡Pobrecita! Dio lo máximo que podía dar. Salió de las manos de un pastor y a los dos meses..., a las manos del diablo. No te digo que mi vida era como la de Charlie Parker, pero la dejaba en algún lugar, la iba a buscar a los dos días y la trompeta estaba ahí, como esperando".
Gillespi acaba de publicar Blow (El Cuenco del Plata), su primer libro, dedicado a la trompeta. Un libro que incluye (más) memorias de los 80 y que recopila conversaciones con los principales trompetistas de la Argentina (Fats Fernández, Gustavo Bergalli, Américo Belloto) y con figuras del exterior, como Enrico Rava y Allen Vizzutti. Y al mismo tiempo, celebra la salida de Gillerama, su primer disco para Sony Music. Costhanzo, encargado del arte de tapa, eligió montar a Gillespi sobre un elefante, acaso para graficar la potencia que le impuso a su grupo la llegada del guitarrista Baltasar Comotto. "Igual que Javier Malosetti, siempre tuve una pata en el jazz y otra en el rock. Y, realmente, creo que ahora podemos salir a tocar en los festivales de rock", se entusiasma. Prolífico, también mantiene su blog desde hace cuatro años y lanza sus palabras al éter al frente de Falso impostor (Rock & Pop) y, junto con Alejandro Dolina, en La venganza será terrible.
¿Qué representa la trompeta para vos?
Ese objeto es mi vida. Incluso mi vida mediática, como personaje de la radio y de la tele. La trompeta me dejó servida en bandeja mi vinculación con el mundo del rock, a partir de Roberto Pettinato. Fue la llave que me abrió ese universo, y quizás otro instrumento no me lo hubiera dado. Con una guitarra, difícilmente hubiese estado al lado de Mollo, compartiendo el proyecto.
¿Por qué pensás que muchas bandas te llaman a vos en vez de a un sesionista?
Porque soy yo, porque quieren que grabe yo... Yo me comprometo con las bandas de rock de una forma que los músicos cesionistas no se comprometen. Entiendo perfectamente lo que están tocando las bandas. Y muchas veces, mi sencillez es la más apropiada para Las Pelotas o para un montón de conjuntos. Por ahí, traés a un virtuoso, un "Berklee-boy", y le da una cosa etérea a una banda que precisa algo potente, preciso, concreto y a la cabeza. Muchas veces, los caños están en un camarín aparte y el "artista" no quiere saber nada. En cambio, cuando toqué con Soda Stereo, compartí el camarín con Gustavo Cerati. Hablábamos el mismo idioma. Y lo mismo me pasa con todas las bandas.
¿Cómo fue grabar con Catupecu?
Fue una de las mejores experiencias que tuve en los últimos tiempos. Siempre me había gustado... hasta ahí. En un evento, zapamos "Mañana en el Abasto", de Sumo, y fue una cosa mágica. Ellos son increíbles, distintos a todo: no los puedo comparar con ninguna banda existente de la Argentina. No le han robado nada a nadie, y eso me parece algo muy groso. Y del último asistente al manager, es una especie de familia futurista, rara. Están con la tecnología y tienen la cabeza abierta. Componen como artistas del impresionismo. Los temas no tienen acordes: tienen fórmulas, situaciones sonoras.Y cuando me invitaron al estudio, fue para un tema complicadísimo, denso... No tenía de dónde agarrarme... Fue un desafío musical muy groso. Mirá que yo toqué con tipos grosos, pero Fernando es como Dalí. Del error, captura cómo hacer un arreglo. Yo creo que es un genio.
¿Adherís al error como recurso estético?
Yo estoy revalorizando eso. Sumo era la impronta de ese momento. Un día, descubrí que en "Pinini Reggae", Germán (Daffunchio) tocaba en un acorde menor y Ricardo (Mollo) tocaba en uno mayor. Nunca se habían dado cuenta, y lo que suena entre las dos guitarras es genial, pero había un error. Un teórico de la música se agarraría la cabeza. Una vez, Diego me contó que grabó "Divididos por la felicidad" con el bajo desafinado, y es genial. Por eso, el error hay que tomarlo como una manifestación de tu inconsciente y hay que tenerle respeto, porque por ahí está la clave.
¿Cómo se combinan tus otras facetas con la del músico?
Yo no soy el mejor trompetista, okey. No soy el mejor compositor, okey. No soy el mejor humorista de la tele, okey. Mi libro no es mejor que el de un literato, okey. Pero si los sumás, mi promedio no es tan bajo. Hay otros que han hecho todo eso, pero mal. Yo puedo subir a tocar con Cerati y unos pibes que tocan fenómeno, y no desentono tanto. Puedo hacer humor con Dolina o Castelo, y no desentono tanto. Tal vez el ancho de lo que abarco me haya quitado profundidad, pero yo elegí ser así. Así es mi vida. Tengo una creatividad, puedo ir para un lado o para el otro... Punto.
Por Humphrey Inzillo Revista Rolling Stone
¿Qué representa la trompeta para vos?
Ese objeto es mi vida. Incluso mi vida mediática, como personaje de la radio y de la tele. La trompeta me dejó servida en bandeja mi vinculación con el mundo del rock, a partir de Roberto Pettinato. Fue la llave que me abrió ese universo, y quizás otro instrumento no me lo hubiera dado. Con una guitarra, difícilmente hubiese estado al lado de Mollo, compartiendo el proyecto.
¿Por qué pensás que muchas bandas te llaman a vos en vez de a un sesionista?
Porque soy yo, porque quieren que grabe yo... Yo me comprometo con las bandas de rock de una forma que los músicos cesionistas no se comprometen. Entiendo perfectamente lo que están tocando las bandas. Y muchas veces, mi sencillez es la más apropiada para Las Pelotas o para un montón de conjuntos. Por ahí, traés a un virtuoso, un "Berklee-boy", y le da una cosa etérea a una banda que precisa algo potente, preciso, concreto y a la cabeza. Muchas veces, los caños están en un camarín aparte y el "artista" no quiere saber nada. En cambio, cuando toqué con Soda Stereo, compartí el camarín con Gustavo Cerati. Hablábamos el mismo idioma. Y lo mismo me pasa con todas las bandas.
¿Cómo fue grabar con Catupecu?
Fue una de las mejores experiencias que tuve en los últimos tiempos. Siempre me había gustado... hasta ahí. En un evento, zapamos "Mañana en el Abasto", de Sumo, y fue una cosa mágica. Ellos son increíbles, distintos a todo: no los puedo comparar con ninguna banda existente de la Argentina. No le han robado nada a nadie, y eso me parece algo muy groso. Y del último asistente al manager, es una especie de familia futurista, rara. Están con la tecnología y tienen la cabeza abierta. Componen como artistas del impresionismo. Los temas no tienen acordes: tienen fórmulas, situaciones sonoras.Y cuando me invitaron al estudio, fue para un tema complicadísimo, denso... No tenía de dónde agarrarme... Fue un desafío musical muy groso. Mirá que yo toqué con tipos grosos, pero Fernando es como Dalí. Del error, captura cómo hacer un arreglo. Yo creo que es un genio.
¿Adherís al error como recurso estético?
Yo estoy revalorizando eso. Sumo era la impronta de ese momento. Un día, descubrí que en "Pinini Reggae", Germán (Daffunchio) tocaba en un acorde menor y Ricardo (Mollo) tocaba en uno mayor. Nunca se habían dado cuenta, y lo que suena entre las dos guitarras es genial, pero había un error. Un teórico de la música se agarraría la cabeza. Una vez, Diego me contó que grabó "Divididos por la felicidad" con el bajo desafinado, y es genial. Por eso, el error hay que tomarlo como una manifestación de tu inconsciente y hay que tenerle respeto, porque por ahí está la clave.
¿Cómo se combinan tus otras facetas con la del músico?
Yo no soy el mejor trompetista, okey. No soy el mejor compositor, okey. No soy el mejor humorista de la tele, okey. Mi libro no es mejor que el de un literato, okey. Pero si los sumás, mi promedio no es tan bajo. Hay otros que han hecho todo eso, pero mal. Yo puedo subir a tocar con Cerati y unos pibes que tocan fenómeno, y no desentono tanto. Puedo hacer humor con Dolina o Castelo, y no desentono tanto. Tal vez el ancho de lo que abarco me haya quitado profundidad, pero yo elegí ser así. Así es mi vida. Tengo una creatividad, puedo ir para un lado o para el otro... Punto.
Por Humphrey Inzillo Revista Rolling Stone
Me parece estupenda la idea de capitalizar el error, de valorarlo como una ventana que da otro aire, otra oportunidad de incremento creativo. Ese ir de un lado para el otro, es una metonimia que pone a bailar al lector/espectador, que lo asoma a una realidad inesperada y que probablemente le posibilite ver las cosas de otro modo.
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