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El
17, el general se levantó sereno y con las fuerzas suficientes para
pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le leyeran los
diarios, que el estado de su vista no le permitía desde mucho tiempo
leer por sí mismo. Hizo poner rapé en su caja para convidar al médico
que debía venir más tarde, y tomó algún alimento. Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia.
Después de las dos de la tarde, el general San Martín se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos al estómago. El doctor Jardón, su medico, y sus hijos estaban a su lado. El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero, repentinamente el general, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas que la alejara, y expiró casi sin agonía. Es más fácil comprender que explicar la aflicción de sus hijos en presencia de esa muerta tan súbita e inesperada. (Feliz Frías, París 1850).
Las anteriores un extracto de las palabras con las que Félix Frías comunicaba para el diario El Mercurio la muerte del General Don José de San Martín. Y tal vez inspirado en estas palabras sobre los últimos momentos de la vida del Prócer, Abel Posse escribió, mas poéticamente el fin de "Cuando el águila desaparece":
El fin
Sabe que han llamado al doctor Jackson y hace un esfuerzo para llenar la caja de rapé que le agrada al médico. Entonces siente el zarpazo que sabe final. El tigre que lo acecha desde las fiebres de Huaura esta vez lo venció. Se derrumba en el lecho.
Trató de calmar a Mercedes murmurando “es la tempestad que lleva al puerto”. Se adormece. A veces surgen ráfagas de su filosofía íntima o atisbos del consuelo religioso. Pero nada agregan a su largo silencio ante la muerte. Nada puede rozar su misterio. Tiene la majestad de ese Aconcagua que está viendo ahora nítidamente recortado sobre el azul helado.
A las tres de la tarde siente la paz de entrar en ese calmo lugar donde intuye que no encontrará ni a su madre, ni a Remedios, ni a Sucre, ni al gran Bolívar.
“¿Hemos arado en el mar? No, general Bolívar. Tal vez sea poco lo que hemos hecho, algunas cabalgatas heroicas... tal vez pudimos hacer más. Pero ellos harán el resto y mucho más, estoy seguro. Le digo que América será. Argentina será.” En su susurro del entresueño final había seguramente más fe que convicción: la cruel América, su politiquería, había destrozado sus héroes. ( Abel Posse. "Cuando el águila desaparece")
Después de las dos de la tarde, el general San Martín se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos al estómago. El doctor Jardón, su medico, y sus hijos estaban a su lado. El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero, repentinamente el general, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas que la alejara, y expiró casi sin agonía. Es más fácil comprender que explicar la aflicción de sus hijos en presencia de esa muerta tan súbita e inesperada. (Feliz Frías, París 1850).
Las anteriores un extracto de las palabras con las que Félix Frías comunicaba para el diario El Mercurio la muerte del General Don José de San Martín. Y tal vez inspirado en estas palabras sobre los últimos momentos de la vida del Prócer, Abel Posse escribió, mas poéticamente el fin de "Cuando el águila desaparece":
El fin
Sabe que han llamado al doctor Jackson y hace un esfuerzo para llenar la caja de rapé que le agrada al médico. Entonces siente el zarpazo que sabe final. El tigre que lo acecha desde las fiebres de Huaura esta vez lo venció. Se derrumba en el lecho.
Trató de calmar a Mercedes murmurando “es la tempestad que lleva al puerto”. Se adormece. A veces surgen ráfagas de su filosofía íntima o atisbos del consuelo religioso. Pero nada agregan a su largo silencio ante la muerte. Nada puede rozar su misterio. Tiene la majestad de ese Aconcagua que está viendo ahora nítidamente recortado sobre el azul helado.
A las tres de la tarde siente la paz de entrar en ese calmo lugar donde intuye que no encontrará ni a su madre, ni a Remedios, ni a Sucre, ni al gran Bolívar.
“¿Hemos arado en el mar? No, general Bolívar. Tal vez sea poco lo que hemos hecho, algunas cabalgatas heroicas... tal vez pudimos hacer más. Pero ellos harán el resto y mucho más, estoy seguro. Le digo que América será. Argentina será.” En su susurro del entresueño final había seguramente más fe que convicción: la cruel América, su politiquería, había destrozado sus héroes. ( Abel Posse. "Cuando el águila desaparece")