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ENTREVISTA DOLINA X

"Hay una pulsión destructora en la ciudad"

El multifacético artista habla de un estado de indignación entre los porteños; también del humor, del taoísmo, de Borges y de la tortuosa profesión del escritor. Está a punto de viajar a Madrid para presentar su último libro que, dice, se le ha llenado de chinos


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En la biblioteca de Alejandro Dolina no faltan clásicos de Sartre, de Nietzsche, de Unamuno. Tampoco cuentos sobre duendes, ensayos de alquimia, libros de tangos o coplas de payador. Acaso permitan atisbar algo de este personaje tan complejo de definir, pero que su biografía acusa de músico, escritor, conductor de radio, actor, dramaturgo, experto jugador de bolita ("No era bueno", desmiente) y "flaco atorrante".

Es un hombre alto, Dolina. Que habla de la tragedia de la vida y de su obsesión por la muerte y el amor en ese español florido y refinado, de dicción perfecta y palabra exacta, que ya es prácticamente una marca registrada en la medianoche de la radio.

Pero él prefiere aclarar que no, que ése de la radio no es él, que en todo caso se identifica con aquel escritor atormentado que transpira cada sílaba de cada frase. "Tardo años en escribir cualquier pavada. El proceso de escribir es muy doloroso, bastante conflictivo, lleno de arrepentimientos y de regresos al punto cero", cuenta en su casa antigua de Núñez el autor de Bar del Infierno, el último de sus libros y, precisamente, el que él mismo presentará la semana próxima en Madrid.

"Cada página de un libro tiene inevitablemente una gota de sangre que se pone en juego. Como actividad, claro que es mejor hacer radio. El proceso de escritura es doloroso y el de la radio, no. Yo cuando voy a la radio me encuentro con mis amigos, me divierto, la gente aplaude, me saludan... Cuando escribo, escribo solo y estoy lleno de frío. No me saludan los oyentes por teléfono diciendo ?qué lindos párrafos que le han salido´. La radio es algo liviano, lo otro te hace sufrir", explica Dolina con ese fatalismo cargado de humor que también ha convertido en sello propio.

Aunque el humor, dice, es algo que le es cada vez más esquivo. Porque cada vez lo hace reír menos gente. Les Luthiers, algunas películas de Ben Stiller o Woody Allen y paremos de contar. "Aunque no sé si las películas de Woody Allen me hacen reír -se retracta-. Más bien me hacen sentir esa felicidad del halago que le hacen a la propia inteligencia".

Y a continuación confiesa que está haciendo terapia, que habrá hecho cuatro veces en su vida, muy a pesar de sus reparos. "Yo no estoy seguro de que un señor se componga después de hablar durante 20 años sobre el abandono de que era objeto cuando chico". Y agrega: "Yo creo que debe de haber alguna superstición argentina vinculada con el psicoanálisis".

-Si escribir te hace sufrir, ¿por qué escribís?

-Porque es inevitable. El que escribe, escribe porque desea decirse, como decía Roland Barthes. Desea también que lo quieran. No lo hace porque le guste, o por pasatiempo, sino porque si no lo hiciera moriría.

-En tu último libro hay una fuerte presencia del taoísmo y de la China. ¿A qué se debe?

-Yo había tenido lecturas muy próximas al taoísmo y comencé a escribir algunos relatos con temas taoístas y al principio los había ambientado en Villa Urquiza. Pero de pronto me di cuenta de que esos relatos funcionaban notablemente mejor y evitaban explicaciones larguísimas si transcurrían en la China. Por ejemplo, hay un cuento en el que un señor vuelve de la guerra a su casa después de 30 años. El apenas si recordaba dónde quedaba su casa. Al final viene a saberse que volvió a un lugar equivocado, que ésa no era su casa, pero también se descubre que da lo mismo, que su vida hubiera sido igual en la casa verdadera. Esto quiere decir, en principio, que no hay ningún destino preferible a otro, que no tenemos tiempo de ser nadie. Pero para que eso funcionara bien la China era preferible. Y entonces se me llenó el libro de chinos.

-¿Conocés China?

-No. La China es tan lejana que me da un poco de miedo. Muchas veces pienso: "Y si voy, y en vez de encontrarme con ciudades deliciosas me encuentro con un Pekín lleno de oficinas de gobierno, burocrático y chato", digo, es muy lejos para equivocarse. No sólo es muy lejos sino que no hay nada más cerca. Ponele que no te guste Italia. Bueee, te vas a Suiza, yo qué sé. Yo lo consulto al chino de acá abajo, que tiene un supermercado, y él se niega a darme cualquier clase de información. Le digo cualquier cosa, por ejemplo, "wu", y le pregunto si quiere decir "no". El tipo me mira y no me dice ni sí ni no, no me da ninguna clase de explicación. Probablemente han recibido instrucciones en ese sentido para que nadie sepa el idioma sino ellos. A lo mejor este hombre ni siquiera es chino y finge, finge una chinez que le conviene a efectos comerciales.

-Hablando de orientales, y dado que tanto tu programa como tus libros han alcanzado una extraordinaria difusión en Uruguay, ¿qué diferencias ves con el país vecino más allá de las que salieron a relucir ahora con el conflicto de las papeleras?

-Yo creo que no es tan serio como parece y que se va a resolver. Con respecto a las diferencias, creo que en Montevideo la vida es más personal que en Buenos Aires. Buenos Aires ha crecido tanto que nos hemos despersonalizado un poco. En Montevideo las casas todavía tiene el nombre de su habitante: ?Pasé por lo de Fernández, y después me crucé a lo del Goyo´. Aquí yo no sé cómo se llama el tipo de enfrente. Y cuando digo el tipo de enfrente ni siquiera estoy hablando de un tipo, nótese que hay una casa de departamentos. Hay evidentemente unas relaciones interpersonales en Buenos Aires mucho más afantasmadas que las más fuertes y concretas que hay en Montevideo. Hay además un delicado provincianismo, un deseable provincianismo que nosotros hemos abandonado.

-¿Tiene eso algo que ver con el cierre de los llamados bares históricos en Buenos Aires?

-Sí, claro. En Montevideo ocurren mucho menos esas cosas. El porteño, en cambio, no siente ninguna relación con la historia de la ciudad en que vive, porque es un inquilino de la ciudad y no le importa cómo se llama el que duerme pasando esa pared. No sólo no le importa. Se entera de que hay un lugar que se llama el Británico cuando lo están por demoler. En Buenos Aires ocurre esto porque hay un divorcio entre el hombre y el lugar. ¿En qué barrio estamos ahora? ¿En Núñez? ¿Qué sentido tiene decirlo? ¿Hay alguna actividad común que hacemos en tanto que habitantes de Núñez? La respuesta es no. Entonces se va produciendo una degradación del sentimiento de pertenencia. Y por otra parte, la ciudad se torna un ente abstracto, no hay nada que se vea y se toque, todo es sustituible, como en el taoísmo.

Tampoco quiero caer en la superstición de creer que toda demolición es una afrenta. No. A veces hay que dejar que las cosas se vayan. Pero volviendo a Buenos Aires noto que, en otras ciudades grandes como Córdoba o Rosario, vos las recorrés y hay una menor densidad de locos por kilómetro cuadrado, por ejemplo. Aquí, yo calculo un loco por cuadra, más o menos. Y cuando digo loco, no digo un tipo simpático y decidor. Digo un tipo que por ahí te mata.

-¿Sentís que vivimos en una ciudad violenta?

-Sí, pero, además, está instalada en Buenos Aires una pulsión negativa, una pulsión destructora, una pulsión de muerte y de indignación -a veces justificada, casi siempre no- que nos lleva a un estado de irreflexión total. Un estado en que nos consideramos impolutos de toda culpa y estamos tercerizando cualquier responsabilidad acerca de todo lo que nos pase. Cualquier desgracia debe ser atribuida inmediatamente a un funcionario, a una empresa, a alguna persona. Yo no digo que no haya gente que desde luego deba estar indignada, que fue estafada, despojada de sus ahorros, pero ya casi ejercemos una indignación automática ante cada cosa que nos cuentan.

-¿El auge de la violencia entre jóvenes forma parte de esa pulsión destructora?

-Sí. Entre tantas desdichas que esa pulsión mortal moviliza, está ese deseo de pelearse, de castigar al que aparece porque sí. Creo que es parte de esa misma sombra que nos lleva a destruir, qué sé yo, los sillones del Congreso, los vagones del ferrocarril, los vidrios de los bancos... Eso de que los chicos se agarren a piñas pasó siempre, con la diferencia de que antes no se morían. Hay ahora unos componentes patológicos que antes no existían. Y un fenómeno que ha venido a teñir todo de un mayor dramatismo y de una mayor sinrazón, que es la droga. Entonces, así como hay una destrucción que no tiene sentido, que no está explicada por ningún juego de presión, hay también crímenes que no están explicados por ningún juego de delito. No es que te asalté y vos no me quisiste dar la guita. Te asalté y, qué sé yo, me había tomado medio litro de sangajol, y entonces se me ocurrió que no venía mal pegarte un tiro. Y ese componente de sinrazón es imposible de calcular y es un elemento dramático relativamente nuevo.

-Pasemos a un tema más alegre. Contanos qué recordás de Borges, ya que se sabe que lo conociste...

-Que lo conocí a Borges supone una jactancia. Pude verlo, pude conversar con él en el 79, en Radio Rivadavia, cuando le concedió una serie de entrevistas a Antonio Carrizo y yo tenía permiso para entrar al estudio sólo porque era amigo de Antonio. Lo que pude observar es una mente extraordinariamente activa y rápida, contrariamente a las imitaciones que de él suelen hacer aquellos que no hubieran sostenido una carrera ni de 10 metros con Borges. Pero además pude conocer un Borges, yo diría cuidadosamente zafado, que recitaba versos zafados. Y después confesaba que era de San Lorenzo. "Yo soy de San Lorenzo, ¿sabe ? -decía-. Me han dicho que siempre pierde". Borges es el autor que más he leído, el que más me gusta y al que considero, más allá de mi gusto personal, el mejor de todos. Desgraciadamente, algunos se han complacido en hacer notar su odio por el peronismo, por el fútbol o por Gardel. Y yo creo que un poeta tiene derecho a ser juzgado por sus mejores versos.

-Y vos, ¿cómo te inspirás para tus mejores obras?

-La inspiración es compleja. De todos modos yo creo que hay por momentos algo exterior. En muchísimas ocasiones, el poeta, el escritor, recibe unas voces que no tiene dentro sino que están afuera. Las recibe de distintos modos. Me gusta lo que decía Robert Graves: él decía que la musa era la mujer amada. El amor es un fuerte motor y yo creo que facilita el paso a un estado de conciencia superior. Y después otra musa es la muerte. Después de todo escribimos porque nos vamos a morir. Si no nos fuéramos a morir, ¿qué sentido tendría inventar vidas? La muerte es el precio del amor. Y yo no estoy seguro de que preferiría una vida perpetua y sin amor.

Por Teresa Bausili

El perfil

Estudios

Nació en Baigorrita, provincia de Buenos Aires, y se crió en Caseros. Estudió Derecho, Letras, Historia y música.

De todo un poco

Ha publicado cuentos y notas en diferentes revistas, es autor de varias comedias musicales y desde 1985 ha sido conductor en radio y televisión. "La venganza será terrible", su programa de radio, figura primero en audiencia desde hace 15 años (desde hace uno transmite en vivo desde el Hotel Bauen). En 1988 publicó su primer libro, "Crónicas del Angel Gris".
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/799632
Domingo 23 de Abril de 2006

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